lunes, 10 de julio de 2017

LA INSUFRIBLE NECESIDAD DE TENER SIEMPRE LA RAZÓN


Hay personas así, opinadores profesionales, mentes obcecadas en el “yo tengo la razón y tú te equivocas”. Son perfiles con el ego muy grande y una empatía muy pequeña, especialistas en alzar disputas continuas, artesanos habilidosos en desestabilizar la armonía de todo contexto.
Querer tener razón y demostrar que estamos en lo cierto es algo que a todos nos satisface, no podemos negarlo. Es un refuerzo para la autoestima y un modo de reequilibrar nuestras disonancias cognitivas. Ahora bien, la mayoría de nosotros entendemos que hay límites, sabemos que es vital aplicar actitudes constructivas, una visión humilde y un corazón empático capaz de apreciar y respetar los enfoques ajenos.
Sin embargo, uno de los grandes males de la humanidad sigue siendo esa insufrible necesidad por tener siempre la razón. “Mi verdad es la única verdad y la tuya no vale” enarbola el palacio mental de muchas personas e incluso de ciertos organismos, grupos políticos o países que gustan de vendernos sus idearios como panfletos moralizantes.
Ahora bien, más allá de ver estos hechos como algo aislado o anecdótico, debemos tomar conciencia de que es algo serio. Porque quien se obsesiona en tener siempre la razón acaba sufriendo dos efectos secundarios implacables: el aislamiento y la pérdida de la salud. Debemos ser capaces de conectarnos a los demás, de ser sensibles, respetuosos y hábiles a la hora de crear entornos más armónicos.
Las personas somos auténticas máquinas de creencias. Las interiorizamos y las asumimos como programas mentales que nos repetimos una y otra vez a modo de letanía, hasta procesarlas como una propiedad, como un objeto que debe ser defendido a capa y espada. De hecho, nuestro ego es todo un mosaico de variadas y férreas creencias, esas por las que más de uno no duda perder a los amigos con tal de llevar siempre la razón.
Por otro lado, es conveniente recordar que todos tenemos pleno derecho a tener nuestras propias opiniones, nuestras verdades y nuestras predilecciones, esas que hemos descubierto con el tiempo y que tanto nos identifican y definen. Sin embargo, cuidado, porque ninguna de estas dimensiones debe “secuestrarnos” hasta el punto de arrojarnos a ese calabozo de “mi verdad es la única verdad que cuenta”.
Hay quien vive inmerso en un diálogo interior que a modo de mantra, le repite una y otra vez que sus creencias son las mejores, que sus enfoques son inamovibles y que su verdad es un lucero de sabiduría inviolable. Pensar de este modo les arroja a tener que ir por la vida buscando personas y situaciones que validen sus creencias, y las “verdades” de esos mundos atómicos y restringidos donde nada debe ser cuestionado.
Las consecuencias de vivir con este tipo de enfoque mental suelen ser serias y casi irremediables. La desesperante necesidad de tener siempre la razón y sus consecuencias
El mundo no es en blanco y negro. La vida y las personas encuentran su máxima belleza y expresión en la diversidad, en los enfoques variados, en los distintas perspectivas de pensamiento ante los cuales, ser siempre receptivos para aprender, crecer y avanzar.
Para concluir, algo que todos sabemos es que nuestro a día a día es como un fluir donde se entrecruzan varias y complejas corrientes. Todos vamos en nuestros propios barcos, bien río arriba o bien río abajo. En lugar de obcecarnos en mantener siempre una misma dirección, aprendamos a alzar la vista para no chocar los unos con los otros.

Permitamos el paso, creemos un mar de mentes capaces de conectarse las unas con las otras para fluir en libertad y en armonía. Al fin y al cabo todos buscamos un mismo destino, que no es otro que la felicidad. Así que construyámoslo poniendo como base el respeto, la empatía y un sentido auténtico de convivencia.

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