En tiempo de la Guerra de los Reinos, el Hijo del Cielo ya de únicamente tenía el título. Japón estaba a disposición de los señores de la guerra, que disputaban sin cesar los despojos del Imperio. El rey Sakura había decidido conquistar el reino de Mizuki, cuyo ejército era muy inferior en número al suyo y estaba mucho peor equipado. Durante la preparación, sus espías le comentaron que un rey vecino tenía tropas en las fronteras, a la espera, de que el ejército de Sakura abandonara el reino para invadirlo. El soberano se hizo el sordo y mantuvo su proyecto de conquista. Sus ministros estaban muy nerviosos. Uno de ellos tuvo el valor de hablarle abiertamente de sus temores y fue destituido en el acto.
En aquella época, Ryu deambulaba con su rosario de discípulos por el reino de Sakura. El ministro destituido le visitó para pedirle que mediara con el rey antes de que el país se convirtiera en pasto del dragón de la guerra. El erudito prometió alguna cosa.
Días más tarde, Ryu entró en la sala del trono, sin afeitar, maniatado, prisionero de un paleto que vestía uniforme de los guardias reales.
El rey Sakura, en el colmo de la indignación -ya que había reconocido al respetable erudito a quien había ido a consultar en varias ocasiones-, mandó rápidamente que desataran las manos del prisionero. Recriminó al guarda de caza por tanta incongruencia y lo cesó inmediatamente de sus funciones. Pero éste se postró varias veces y se defendió explicando que había sorprendido al llamado Ryu cazando furtivamente en el parque real del Este. Mostró el objeto del delito: un arco que había arrancado de manos del infractor. Sorprendido, el rey miró al viejo maestro y le preguntó que significaba aquello.
Ryu acarició su perilla plateada y contestó:
-Pues bien, Majestad, he tenido una insólita aventura. Había salido a cazar en el valle que circunda el parque de su Majestad, con el firme propósito de no sobrepasar de ningún modo los límites, ya que había visto bien las señales donde estaba estampado vuestro sello. Deambulaba, pues, entre las hierbas altas aguardando el vuelo de una presa, cuando, de repente, el ala de una urraca rozó mi sombrero. Se posó en la señal de vuestro parque. Me dije:¡qué extraño, me ha rozado sin verme y ahora está a mi lado, al alcance de la flecha de mi arco! Intrigado, me aproximé al ave para saber lo que le había hecho olvidar toda cautela. Dio algunos saltos en sotobosque, la seguí, y de repente se quedó quieta como si fuera se fuera a lanzar sobre una presa. Seguí marchando sin que la urraca se diese cuenta de mi presencia ¡y entonces observé que esperaba que una mantis religiosa, ocultada tras una hoja, se apoderara de una cigarra, para abalanzarse y comerse a los dos insectos a la vez! Ansiosa de aprovechar esta doble acción, no se había percatado del cazador que tenía detrás. Y me hice la reflexión siguiente: así es la naturaleza animal, cegados por sus gulas, los animales olvidan protegerse del peligro. ¡Fue entonces cuando vuestro guarda de caza me pilló y me detuvo como a un vulgar cazador furtivo! Y me hice la siguiente reflexión: así es la naturaleza humana. ¡atraído por el mundo exterior, el ser humano olvida protegerse así mismo!
Y el rey Sakura comprendió la lección. Dejó su proyecto de invasión, escapando por poco a la trampa que habían conspirado sus vecinos.
Un articulo interesante, no lo conocia y muy buena reflexion la de el ser humano olvida protegerse a si mismo¡¡¡
ResponderEliminarme encanta el articulo, es super interesante, una lectura entretenida
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